«Hombre mirando al sudeste» es una película con muchas miradas y perspectivas a la vez. Primero que todo, es una de las más importantes obras del cine americano y una de las más fundamentales del cine argentino, rotundamente. Pero es también una de los más importantes guiones relacionados con la «locura«, compartiendo honores con apreciados filmes como «Atrapado sin salida» de Milos Forman (1975), «Cuéntame tu vida» de Alfred Hitchcock (1945), «Nido de Víboras» de Anatole Litvak (1948), «Suddenly, Last Summer» de Joseph L. Mankiewicz (1959), «Mr. Jones» de Mike Figgis (1993) o, incluso, «La Princesa y el Guerrero» de Tom Tykwer (2000) —de mis favoritas—, sin dejar de mencionar «Frankie & Alice» (2010), todas con hospitales psiquiátricos como escenario. «Hombre» (como le llamaba su realizador) es también parte de las mejores expresiones cinematográficas de la historia acerca de los encuentros con seres de otros mundos, junto a «Stalker» de Andrei Tarkovski (1979), «Encuentros Cercanos del Tercer Tipo» de Steven Spielberg (1977), «La Cosa de otro mundo» de Christian Nyby (1951) o «El hombre que cayó a la tierra» de Nicolas Roeg (1976), entre otras obras «estelares».
Y, por cierto, es también una reflexión crítica por parte de Eliseo Subiela acerca de los moldes sobre los que están cimentadas nuestras creencias, nuestra ciencia, nuestro poder de empatizar, de aceptar las diferencias, de amparar el error de los otros, de aceptar los nuestros, nuestra capacidad y forma de amar, etc. En síntesis: un llamado de atención profundo sobre los valores humamos. Esta película definitivamente es uno de los grandes regalos a la humanidad del realizador argentino que dejó este mundo en la navidad de 2016 [1].
Eliseo Subiela, director de «Hombre mirando al sudeste»
El enfermo número 33
Un día cualquiera dentro de la desmotivada vida el Doctor Denis (Lorenzo Quinteros), un nuevo paciente llega al Hospital Psiquiátrico donde trabaja para cambiarle la vida a todos. Una enfermera le confirma que en su sala ya no hay 32, sino 33 enfermos, la primera referencia bíblica en la historia a través del número de la edad que tenía Jesús al morir. Es Rantés (Hugo Soto), un paciente que no figura en los registros de ingreso y del que nadie sabe nada, ni siquiera de cómo llegó allí. El doctor lo encuentra tocando el órgano de la capilla donde un pequeño público de internos lo escucha, todos muy tranquilos y en trance mientras interpreta a Johann Sebastian Bach. «Es solo una sucesión de vibraciones, pero a los hombres parece hacerles mucho bien. ¿Dónde cree que está la magia: en el aparato, en el que escribió esto, en mí, en ellos que se emocionan cuando lo oyen?«. Son las palabras que escoge Rantés para presentarse ante el doctor.
De pronto en los pasillos del «Borda» [2] comienza a gestarse una historia increíble narrada por el propio galeno. El informe de las huellas digitales de Rantés confirma que no tiene registro de identificación, que «no es nadie«. Al comenzar a tratarlo, Rantés le cuenta que viene de muy lejos.
Rantés: «¿A la Tierra? En una nave»
Hugo Soto es Rantés | «Hombre mirando al sudeste».
«Recibo y transmito información»
Según el relato de Rantés, él viene de otro mundo y aterrizó en un punto cerca de Junín a «34° latitud sur, 61° longitud oeste«. En el fondo, el Doctor cree que se trata de alguien que «se mandó una cagada por ahí» y que desea usar su posición de paciente como «aguantadero» (el escondite de un delincuente), pero el nuevo inquilino se mantiene impertérrito: «¿Sabe cuál es la mejor manera de proteger mi misión? Decir la verdad«. Y los diálogos intensos se suceden una y otra vez.
Rantés: «Yo no quiero que me cure, quiero que me entienda»
En medio de este tratamiento psiquiátrico en ciernes, donde Rantés comparte su abrigo y su comida con los enfermos que comienzan a otorgarle el liderazgo de la comunidad, el doctor se sumerge en su soledad. Julio Denis es un hombre divorciado que añora su pasado, que repasa películas caseras donde ve imágenes de su exesposa y de sus hijos mientras se afirma en una copa de alcohol. Aunque sí tiene un lado donde se libera y explora su sensibilidad: toca el saxo [3]. Pero siempre solo, escondido, sin espectadores como los que tiene Rantés en la capilla del hospital. Ese extraño viajero de otro mundo, mientras tranto, se pasaba horas en el patio sin pestañar mirando hacia el sudeste. «Si Rantés era un simulador, el trabajo que se tomaba en la simulación lo convertía de por sí en un enfermo«. Pero la respuesta de Rentés era contundente: «recibo y transmito información«. Denis se autoconfiesa que por primera vez en mucho tiempo se interesaba en el caso de un paciente, pero es un elemento en particular lo que cambiará su mirada, un aspecto «científico».
Lorenzo Quinteros es el Doctor Julio Denis | «Hombre mirando al sudeste».
«Recibo y transmito información»
Rantés le explica que los humanos estamos en la prehistoria de los hologramas, que él mismo es una proyección, «una especie de fotografía obtenida de un rayo láser«, que su civilización ha logrado que esas imágenes se corporicen en el espacio «a través de un gran proyector programado por una camputadora muy compleja, que incluye en ese rayo todos los elementos vitales para que esa imagen tenga vida«. Que él y la nave que lo trajo son imágenes proyectadas en el espacio: «Somos réplicas humanas perfectas, salvo por una cosa: no podemos sentir«. Denis ha sido tocado por esa sentencia. Investiga en un labotaratorio de física y se sumerge en cavilaciones que lo llevan a recordar un libro que leyó: «Me puse a buscar ondas y vibraciones inalcanzadas, a idear instrumentos para captarlas y transmitirlas«… «esta es la primera parte de la máquina; la segunda graba; la tercera proyecta. No necesita pantallas ni papeles«… «si abren el juego de receptores, aparece Madeleine completa, reproducida, idéntica: no deben olvidar que se trata de imágenes extraídas de los espejos, con los sonidos, la resistencia al tacto, el sabor, los olores, la temperatura, perfectamente sincronizados«.
El libro que buscó y encontró es «La Invensión de Morel«, del también argentino Adolfo Bioy Casares, un libro de ciencia ficción alucinante de 1940 [4]. Descubrir esa lectura suelta una manilla que el doctor tenía agarrada por su cerebro científico, por lo que mientras se apresta a tocar el saxo se reconoce a sí mismo: «Calma Julito, después de todo solo hay dos alternativas: o Rantés está loco como una cabra, o realmente vino de otro planeta«. Aunque el método científico que lleva dentro rápidamente lo trae de vuelta. «No viejo, no puede haber dos alternativas«. Pero la semilla ya está sembrada.
La estupidez humana y la visita de «La Santa»
Mientras tanto, el extraño viajero de otro mundo burla continuamente la guardia del «manicomio». En una de esas incursiones, y exhibiendo la misma compasión que con sus compañeros, roba comida vía «telekinesis» para dársela a una madre que en medio de su pobreza intenta a alimentar a sus tres hijitas en un boliche. El proverbio bíblico que dice que robar por hambre no es pecado, pero que si te sorprenden es delito, se presenta aquí convertido en escena [5]. La película instala entonces el objetivo secreto de la misión de Rantes: «Nosotros sabemos qué hacer frente a las otras armas que tienen ustedes, pero esta todavía nos preocupa, nos desconcierta«. Se refiere a la Estupidez Humana.
Rantés: «Si Dios está en cada uno de ustedes, están asesinando a Dios todos los días»
Dr. Denis: «¿Y qué tiene que ver eso con usted?»
Rantés: «Nosotros estamos preparando el rescate… ¿ve por qué un manicomio es el lugar más seguro?»
Rantés se transforma en una batería de cuestionamientos a la humanidad que duelen. Cada pregunta o comentario que hace es un puñal al corazón de nuestras estructuras, de lo que sabemos que camina mal, pero ante lo que nos resignamos a que siga igual. El Dr. Denis le plantea que ha cometido un error, que se debió haber echo pasar por Cristo y no por un extraterrestre, pero Rantés no cede: «Mi versión hubiera sido distinta, su reacción hubiera sido la misma«. Y así, entre medio de esta investigación mútua, el paciente recibe una visita. Es «La Santa» o Beatriz Dick (Inés Vernengo [6]), y una nueva historia sobre un pasado de alcoholismo de Rantés que vuelve a posicionar al Doctor rígido, al que duda y niega, al de la ciencia como ley inquisidora, al de la ciencia que no acepta «alternativas». De aquí en más, y tal como dice Francisco Collado Berrocal en su estupendo blog El Gabinete de Kaligari, «aparte de un par de detalles que descolocan al espectador y con los que Eliseo Subiela juega al engaño, para dejar en tierra de nadie la procedencia real de Rantés y su misteriosa amiga. ¿Son dos extraterrestres o dos alienados que comparten al alimón sus patologías?» [7].
Inés Vernengo es Beatriz Dick, La Santa | «Hombre mirando al sudeste».
La Felicidad y el Estado
La escena del concierto al aire libre al que asiste Rantés acompañado de Beatriz y del Doctor es una de las memorables de la película [8]. Quizás es el momento de más humanización del hombre que no siente como humano, donde se permite ser «feliz». En efecto, como si el cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven fuera una clave universal de conexión entre las especies, Rantés toma la batuta y dirige la orquesta, continuando con el despliegue de conocimientos musicales desde que se presentó tocando el órgano leyendo las partituras de Bach. ¿Por la música es que escogió a su médico tratante? Por primera vez lo vemos sonreír sin que exista ironía de por medio. Pero paralelamente los enfermos del Hospital empiezan a sentir a distancia esa clave y se despliegan en una fiesta de felicidad que termina en una toma del Manicomio, justo en el clímax de la pieza musical. ¿Hace cuánto tiempo quizás que esos seres abandonados no sentían felicidad?
En el concierto el público ríe y baila, incluyendo al Doctor Denis y a Beatriz que coquetean una relación, pero despertando, a la vez, la preocupación de los organizadores y la policía. El Estado no acepta las diferencias, es muy difícil ejercer el control así, por lo tanto, Rantés termina rodeado de guardias, al igual que los enfermos del Hospital terminan cercados por la policía. Este capítulo significará la luz roja por parte de la dirección del Hospital al tratamiento libre de Rantés, por lo que obligan al Dr. Denis a medicarlo. Él no quiere, pero (se lava las manos y) lo hace. Asistimos a una crucifixión de Rantés que poco a poco empieza a cambiar su conducta. Las drogas legales «le dañan las antenas» y su mirada confundida ya no se orienta al sudeste. Poco a poco la medicina empieza a «enloquecerlo».
La escena del concierto | «Hombre mirando al sudeste».
«¿Se están suicidando por estúpidos o están pagando culpas?»
De una u otra forma «Hombre» es una nueva mirada de esos valores universales que intenta promover la espiritualidad, solo que aquí el filtro deja en el tamizador a las leyes de los textos religiosos y sus culpas. Deja para nuestra reflexión la repetición continua de los mismos errores por parte de la humanidad, de las estructuras rígidas que hacen perpetuas las desigualdades, los juicios y prejuicios, y la incapacidad de aceptar la diferencia. «¿Por qué los seres humanos parecen resignarse a tantas cosas que los están destruyendo? Y, ¿por qué hacen tan poco por modificar esas cosas?, ¿se están suicidando por estúpidos o están pagando culpas?«. El guion fue concebido solo un par de años después de una guerra y el fin de una dictadura. Ante tamaño impacto social, una nueva era debía comenzar en Argentina y Rantés asomaba como representante de ese momento, un personaje idóneo para liderar la purificación.
En Chile la veíamos como un símbolo de las barreras uniformadas contra las que impactaban las ideas de algo que se llamaba democracia y no conocíamos. ¿Podremos leerlo hoy como la rebeldía ante el neoliberalismo? Gracias a las múltiples lecturas que se puedan hacer de ella, creo que «Hombre mirando al sudeste» nunca dejará de representar al momento que vivamos. «Su realidad es espantosa doctor. ¿Por qué no dejan de una buena vez la hipocresía y buscan la locura de este lado… y se dejan de perseguir a los tristes, a los pobres de espíritu, a los que no compran porque no quieren o porque no pueden, toda esa mierda que usted me vendería de muy buena gana… si pudiera, claro».
«Hombre» es también una cita a sí mismo por parte de Eliseo Subiela. Su debut cinematográfico fue a las 17 años con un corto de docuficción titulado «Un largo silencio» (1963), ganadora del PAOA en el Festival de Cine de Viña del Mar de 1965. Aquí un Subiela absolutamente influenciado por la Nouvelle Vague (como tantos en el mundo) mostró su mirada crítica acerca del Hospital «Borda» y donde ya se ven algunos planos como los de los pasillos que volverían a asomar 23 años después. Como él decía, fue una especie de borrador de «Hombre mirando al sudeste».
Tráiler de «Hombre Mirando al Sudeste”.
Tráiler en inglés de «Hombre Mirando al Sudeste”.
Música original de «Hombre Mirando Al Sudeste», por Pedro Aznar.
[1] El realizador y los dos protagonistas de «Hombre mirando al sudeste» ya no están en la tierra que visitó Rantés. Subiela murió la madrugada del 25 de diciembre de 2016 a los 71 años de edad. Lorenzo Quinteros, falleció el martes 23 de abril de 2019 a los 73 años. El sida, en tanto, se llevó tempranamente al actor y artista plástico Hugo Soto, quien con tan solo 41 años murió el 2 de agosto de 1994.
[2] Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial para Hombres «José Tiburcio Borda», en el Barrio Barraca de Buenos Aires.
[3] «Yo hago cine, porque no puedo tocar el saxo», dijo Subiela en una entrevista. Se sentía un músico frustrado, aunque era un gran melómano. La Banda sonora de «Hombre» estuvo a cargo de Pedro Aznar, quien compuso y ejecutó las piezas originales que acompañan a las clásicas. El saxo fue ejecutado por el saxofonista tenor argentino radicado en Nueva York, Andrés Boiarsky. El gran Pedro Aznar, también estuvo a cargo de las bandas sonoras de otras dos películas de Eliseo Subiela: «Últimas imágenes del naufragio» (1990) y «No te mueras sin decirme adónde vas» (1995).
[4] Libro “La Invención de Morel”, por Adolfo Bioy Casares. ISBN 13: 9789878317380. Publicada por Editorial Losada en 1940.
[5] Proverbios 6:30-31 «No se desprecia al ladrón si roba para saciarse cuando tiene hambre; mas cuando es sorprendido, paga siete veces; tiene que dar todos los bienes de su casa». En libro «La Biblia» (Antiguo Testamento), varios autores. Publicada entre 750 a. C. y 110 d. C.
[6] La voz del personaje de Beatriz Dick o «La Santa», fue doblada por la actriz Noemí Frenkel.
[7] En «Hombre Mirando al Sudeste. 1986». Blog «El Gabinete de Kaligari» por Francisco Collado Berrocal https://elgabinetedekaligari.blogspot.com/2016/06/hombre-mirando-al-sudeste-1986.html.
[8] Se dice que Richard Gere habría confesado en una entrevista a la televisión española que la escena de «Mr. Jones» (1993) donde su personaje se levanta en medio de un concierto, fue copiada de «Hombre mirando al sudeste». La escena no se le acerca en lo absoluto a lo conseguido por Subiela. https://www.youtube.com/watch?v=SiF29mPDEBs. Este «homenaje», sin embargo, Subiela lo pasó por alto, no así el descarado plagio de la película «K-Pax» donde el argumento fue copiado completamente de «Hombre mirando al sudeste». El guion de esta película se basa en el libro del mismo nombre de Gene Brewer publicado en 1995 y que tuvo una secuela, la novela «En un rayo de luz» (2001). En ella Prot —el Rantés de esta serie—, tras haberse fugado del hospital, regresa a la tierra a buscar a unos elegidos que piensa llevarse consigo al planeta K-Pax. La serie ha continuado con tres libros más (2002-2007-2014), ninguno llevado al cine. En 2005 el escritor estadounidense publicó «Creando K-PAX, o, ¿estás seguro de que quieres ser escritor?» —una memoria sobre el proceso de la demanda interpuesta por Subiela— libro con el que buscó infructuosamente sacarse el mote de plagiador, pero que solo acrecentó las dudas. En 2007 Brewer siguió sacándole punta al lápiz con la publicación de «K-Pax Redux: una obra de teatro, guion y un informe» (la obra debutó en 2010. Subiela hizo lo propio adaptando su guión y debutando como director teatral en 2015). Para detalles sobre el caso, ver «La antena torcida: Subiela y el enigma de K-PAX» por Nancy J. Membrez en «Imagofagia, Revista de la Asociación Argenrina de Estudios de Cine y Audovisual». Ver PDF http://www.asaeca.org/imagofagia/index.php/imagofagia/article/view/713.
Más información en
«En Crudo» Entrevista a Eliseo Subiela
Hugo Soto habla de Rantés