Apuntes sobre “La Strada” (1954) de Federico Fellini, el gran aporte al neorrealismo del realizador italiano. Una historia de contrastes entre la crudeza de la postguerra y la magia del circo; entre el maltrato de un artista y el encanto de un personaje femenino entrañable. Protagonizada por Giulietta Masina, Anthony Quinn y Richard Basehart; musicalizada por Nino Rota; y producida por Dino de Laurentiis y Carlo Ponti.
Cuando vi “La Strada” por primera vez, cuatro elementos fueron los que me llamaron la atención y que aún hoy, casi tres décadas después, se mantienen latentes, claro que ahora con nuevos matices. En primer lugar, “me molestó” profundamente leer en los créditos iniciales que era protagonizada por un actor de la “industria” como Anthony Quinn. pero el prejuicio duró poco, muy poco.
En segundo lugar, me maravilló ver cómo una historia sencilla se torna mágica cuando la fuerza se centra en lo humano, en personajes reales, aunque estos vivan en la miseria misma y en un país en ruinas. Y, cómo no, me deslumbró Giulietta Masina, la mágica musa y esposa de Federico Fellini. ¡Qué tremendo pedazo de actuación!
Anthony Quinn: Zampanó
Zampanó (Anthony Quinn) en su acto de la cadena. Atrás Gelsomina (Giulietta Masina) asistiéndolo con el tambor.
Anthony Quinn debe ser uno de los actores más talentosos del siglo 20, pero yo recién estaba descubriendo y disfrutando el cine no estadounidense, por lo que no quería que el hermano de Emiliano Zapata (“Viva Zapata”, 1952), un nativo indonésico (“Al este de Sumatra”, 1953), o un vaquero prepotente (“Una vida por otra”, 1953) se entrometiera en mis recién descubiertas películas europeas. En esta quería ver a un italiano gritón comiendo pasta con salsa a la putanesca, pero el actor de origen mexicano simplemente me dejó callado. Zampanó, su personaje, un itinerante artista circense de capa caída, fue magistralmente elaborado e interpretado.
Quinn no solo traspasó a la pantalla la desdicha de un machista insensible que no trepida en “comprar” a la hermana de su exasistente fallecida para que la reemplace, incluso aunque esta tuviera un pequeño grado de retardo (“es un poco rara… déle un poco de comida y cambiará”). No, además Zampanó emplea la fuerza como única forma de expresión, tanto en su espectáculo callejero como en la vida, transformando al ser humano en un ser tan básico que sólo se alimenta, se emborracha y se aparea sin un plan concreto, sin un sueño. Si bien gesticula como italiano, al parecer se trata de un inmigrante (“¿de dónde eres? / – de mi pueblo natal… / no hablas como nosotros, ¿dónde naciste? / – en casa de mi padre”).
Su casa ambulante, un carro techado adosado a su moto, ya no es la pieza de colección y admiración que quizás algún día fue. Ahora es un espacio descuidado, una especie de ataúd que deambula por las carreteras en búsqueda del cementerio definitivo. Zampanó es un animal solitario que mata a un competidor por el espacio, por la hembra o la comida, y que luego sigue su rutina de sobrevivencia, siguiendo su andar por la estepa con una expresión adusta y miserable en su rostro.
Giulietta Masina: Gelsomina
Gelsomina, en cambio, es graciosamente todo lo contrario. La actriz y esposa del director Federico Felinni trajo a esta película toda la experiencia recogida en una compañía de teatro cómico musical de la que formó parte a inicios de la década del ’40. Dentro de una historia tan dramática y un personaje ingenuo por las circunstancias, ella dotó a Gelsomina de un encanto gestual propio del cine mudo, una especie de Charles Chaplin femenino, también ataviada de prendas viejas como Charlot y dueña de una sonrisa entrañable.
La primera secuencia ya muestra a la pobre Gelsomina siendo “vendida” por su madre a Zampanó en una demostración de la crudeza que se puede vivir en una región asolada por la guerra (“¡me dio 10.000 liras! arreglaremos el techo… y nos alimentaremos”). Ella, que parece sentirse a sus anchas en su casa junto al mar a pesar de su vida marginal, debe adoptar una vida nómada y aprender nuevas responsabilidades de parte de un maestro que ya no sabe expresar la sensibilidad artística que algún día tuvo (“- ¿Ud. le enseñará, cierto? / – Claro… con los perros hago lo mismo”).
Sin embargo, su gracia natural y su habilidad con la trompeta, la hacen tomar un vuelo propio, ganándose la simpatía del público, especialmente de los niños. Pero no puede soportar tanto machismo bruto. Si bien siente afecto por su compañero, no logra aceptar la indiferencia y la falta de delicadeza de Zampanó. Ella le pide a la vida un plan concreto, un rumbo claro, un camino que tenga como fin el echar raíces. Por eso planta ingenuamente unos tomates en el lugar en que acampan a pesar de ser artistas viajeros. Zampanó es la otra cara, la visión de esa masculinidad antigua, la de la aventura egoísta, la de la búsqueda individualista y permanente representada en su motocicleta, medio de transporte símbolo de inestabilidad.
La Historia
Producida por una dupla de clásicos nombres de la cinematografía italiana, Dino de Laurentiis y Carlo Ponti, el relato de “La Strada” (El Camino) es presentado por Federico Fellini en tres etapas marcadas: “El Encuentro”, desde que los personajes se juntan, con Gelsomina conociendo el mundo del hombre que rompe cadenas con la fuerza de sus músculos pectorales, hasta que Zampanó la deja abandonada en la calle para pasar la noche con otra mujer. Luego viene “La Rebeldía de Gelsomina”, con la nueva asistente abandonándolo para volver a casa. Sin embargo, en el camino descubre a otros artistas, en especial a «Il Matto” (Richard Basehart), un hombre totalmente opuesto, sensible y simpático, un loco lindo, un equilibrista joven que llena el ambiente con su humor agudo y su pequeño violín. Gelsomina reafirma así el gusto por su nuevo oficio, descubriendo que un hombre sí puede tratarla bien. Y eso le gusta.
Pero su vida con Zampanó aún está lejos de verse disuelta. Vuelven a estar juntos actuando en la calle, animando fiestas e intentando trabajar en un circo… hasta que los celos del motorista hacia el equilibrista-bufón, que además es un antiguo rival, aparecen con una fuerza desproporcionada. De hecho, «La sangre asoma en el camino«. Ahí la narración entra en su tercera fase y final, donde la tensión del dúo se torna permanente. Zampanó no resiste esa presión que destruye la rutina de su vida solitaria y la abandona mientras duerme. Solo volvemos a saber de ella cuando unos años más tarde él se entera de su desenlace. Viene la pena, la miseria interna y la continuación de su camino sin destino definido, aunque de su fuerza solo quede la externa. Aquí no hay juicios, policías, ni investigaciones criminales. El castigo es interno, propio, provocado por la humanidad que vive en todo hombre, aún cuando este sea casi un animal.
Federico Fellini: El Director
El encanto del mundo circense, que de una u otra forma estará presente en casi toda la filmografía de Fellini, aquí se transforma en un escenario de contrapuntos, donde instrumentos musicales y los números de variedades se mezclan con la imagen de una Italia que intenta fortalecerse tras la Segunda Guerra Mundial y la caída del régimen fascista de Mussolini. Los personajes muchas veces interactúan en casas destruidas en un ambiente que expone la carencia y la pobreza.
“La Strada” es un goce visual, como todo lo de Federico Fellini, donde basta con observar las miradas de los personajes, sin importar mucho de lo que hablan, para saber lo que hay detrás de ellos. Basta observar los escenarios para evitar las explicaciones del contexto. La imagen expresiva habla muchas veces más que mil palabras. El contrapunto o la contradicción, son herramientas perfectas para traspasar el sentimiento humano a una pantalla, sin palabras, sin explicaciones. Solo la nostalgia y la melancolía de una música de circo en medio de las ruinas pueden hacernos entender lo que significa la miseria. Ese es Fellini.
La batuta de Franco Ferrara para la creación de Nino Rota: “Tema de La Strada”.
Ver “La Strada”. Idioma italiano con subtítulos en castellano.
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(publicado originalmente el 16/09/2008)